martes, 25 de noviembre de 2008

HoMo TuRiStIcUs

Vacaciones, un estado de vida transitorio y algo extravagante que se caracteriza por lo que dejamos de hacer, trabajar, y por la novedad de lo que hacemos, hacer turismo en sus diversos y peculiares formatos. Todos somos turistas en el momento en que salimos de nuestro entorno habitual y nos proponemos visitar y conocer algún lugar más o menos remoto, aunque nuestro interés no vaya más allá de acudir a una playa y residir en un hotel.

El Homo Turisticus es una nueva realidad universal, una especie de nómada moderno que surge como resultado de una serie de factores sociales y económicos, acrecentados en los últimos años por la revolución de los bajos precios de las compañías aéreas y la democratización del ocio, entendido como ruptura de la rutina y desplazamiento del punto de residencia a otra zona, todo ello propiciado por una potente industria regida por operadores internacionales y agencias de viajes.
El Homo Turisticus es una conquista del progreso y un paso adelante en la evolución de las sociedades humanas. De hecho, sólo los pueblos cerrados y gobernados tiránicamente son renuentes a la presencia de esta especie, mientras que las naciones abiertas se jactan de recibir muchos visitantes y divisas, aunque esto también tiene sus desventajas.Hay una vieja tendencia en la progresía y entre quienes miran la sociedad como si viesen un escaparate a ridiculizar la figura del turista, no sólo en cuanto a su aspecto, a veces estrafalario (un tópico al que recurren los superficiales), sino también en lo que se refiere al valor que el turismo representa en lo económico, en la comunicación humana y el conocimiento cultural en el más amplio sentido. Esta forma ignorante y aristocrática de contemplar al Homo Turisticus tiene su propia contradicción en el momento en el que cualquiera de estos críticos escapa de su entorno y se convierte en visitante o forastero de paso.
¿También se ven a sí mismos grotescos y estúpidos? La risa burlona que a algunos les produce el turista es la misma boba hilaridad que a los prepotentes lugareños les causaba hace décadas el aspecto exótico de los emigrantes, que no eran precisamente ociosos peregrinos.

El turista es un visitante que paga por entrar en casa ajena y convierte en asombro y admiración lo que para quienes les reciben es rutina y acostumbrado paisaje. La fascinación del Homo Turisticus por otras costumbres, productos y riquezas es motivo de orgullo para el ciudadano local, la misma presunción que hincha al dueño de una bonita casa ante las visitas.
El ser humano de este siglo es un buscador insaciable de novedades, un ser curioso cuya vida palpita por los ojos, de manera que mide la densidad de la vida por la cantidad de nuevos pueblos, paisajes y rincones que han podido retratar sus retinas. ¿Por qué creen si no que el turismo se vende por imágenes, como una seducción colorista de postales y lugares que puedan describirse? Las campañas de turismo consisten en crear atracción por unas vistas y urdir fantasías para las miradas: construyen iconos adorables. ¿Por qué es inimaginable un turista sin cámara de fotos o de vídeo? Precisamente porque el Homo Turisticus desea perpetuar en imágenes el recuento y el recuerdo de las novedades que captaron sus ojos. Para el turista la emoción son miradas: ver lo nunca visto, o remirar como algo nuevo lo ya conocido, es lo que certifica su presencia y lo que creará el recuerdo. Porque para el turista el goce parece tener un efecto retardado en la evocación sublime de lo vivido. La memoria del turista está construida de referencias visuales y no sé si en eso se equivoca o si se queda a medio camino en el entendimiento y no comprende que lo que de verdad da sentido al viajero no es hollar lugares desconocidos y disfrutar de su vistosidad imaginada, sino el conocimiento de nuevas personas y pueblos diferentes y lo que éstos proyectan en sus culturas genuinas, formas de pensar y costumbres derivadas.Estamos seguramente ante las aventuras iniciales del Homo Turisticus, en el primer ciclo de un humano nuevo y errante que llegará a entender que viajar no es desplazarse de un lugar a otro para llenar de fotografías y recuerdos los álbumes y las estanterías. Por ahora, el turista tiende a anecdotizar sus vivencias. Sólo el conocimiento y la asimilación de las culturas y realidades ajenas pueden justificar, incluso en el ámbito del ocio, el propósito del turismo, porque de lo contrario ésta es una actividad deshumanizada e industrial. La contradicción absoluta del turista es la reproducción en tierra ajena de los modos de vida y consumo importados de su país origen.

Aún comprendiendo la necesidad de sobrevivir a la bazofia (una grave amenaza para el turista, aún peor que la malaria) no se justifica la negación a descubrir lo mejor de las elaboraciones ajenas. Un efecto del viajar por el mundo cercano o lejano es la relativización de lo propio en la múltiple diversidad humana. Entiendo que el Homo Turisticus tiene que evolucionar, como sucedió antes en todos los escalones del desarrollo humano. La pueril fascinación que los escenarios de la historia causan a los turistas es de las cosas que, a mi parecer, tienen que prescribir, porque significa la sustitución de lo esencial por la anécdota.
Reducir la cultura histórica a una especie de adoración pagana de las reliquias del pasado es empobrecedor, sencillamente porque desaparece el sentido crítico de los acontecimientos pretéritos con la intención de enaltecerlos, Si prescindiéramos del valor artístico de la arquitectura y de cuanto encierra, penetrar en un palacio real debería causar vómitos y escándalo si alguien se molestara en explicar a costa de cuántos saqueos, vidas y oprobios fue edificado. Este turismo histórico, que paradójicamente legitima el olvido, sólo sería digno si se incluyera en los itinerarios de los museos de los horrores. Vivir otras formas de vivir: sobre esta curiosidad se forja la cultura turística que antes era privilegio de unos pocos y ahora está al alcance de casi todos. No es cuestión de dinero, sino de ambición de conocimiento.

El Homo Turisticus aburrido en una lejana playa es un fracaso, la frustración de quien se conforma con cambiar durante unos días el decorado de su aburrida existencia. Para ese viaje…

por: José Ramón Blázquez

http://www.deia.com/es/impresa/2005/08/09/bizkaia/iritzia/155742.php

No hay comentarios: